Dos semanas ya tiene mi pequeña y hoy sigo recordando cómo fue el día de su parto (Si te perdiste la primera parte, puedes leerla aquí). Pero ya te adelanto que no soy yo la parturienta zen, yo sería la antizen (si es que eso existe)
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Con unas contracciones importantes (vamos, con un dolor de narices de esos que sientes que te estás partiendo por dentro…) nos metimos en el coche para llevar al peque a casa de los abuelos (imagínate yo cruzándome con los vecinos e intentando aparentar ser una persona normal y no el saco de dolor y nervios que era en ese momento).
Se tarda un poco menos de 15 minutos en llegar a casa de los abuelos, así que tuve tiempo de tener algunas contracciones en el coche y fueron terribles, esa posición, sin poder moverme… ¡terrible! tanto que no pude evitar quejarme mucho (gritar) e incluso el peque llegó a asustarse (pobrecito mío, él sabía que tenía mucho dolor y ya me había hecho «el cura sana» en la tripita con beso incluido antes de salir de casa para intentar aliviarme).
Justo cuando llegábamos a nuestra salida, vimos como el tráfico comenzaba a hacerse más denso. No me lo podía creer… ¡un accidente tenía el tráfico completamente parado! (ya me veía pariendo en el coche…) Pero no, en esta ocasión tuvimos mucha suerte y el atasco comenzaba a una distancia de dos coches después de nuestra salida (pfff, por los pelos).
Por fin llegamos, nos bajamos del coche y me despedí de mi pequeño. Lo abracé mucho, muchísimo, le dije que le quería y que se lo pasase muy bien. Tenía mucho dolor físico, pero en ese momento se hizo realidad ese miedo que tenía desde hace tiempo y que me dolía incluso más que las contracciones. Dejaba a mi pequeño y no sabía lo que iba a pasar…
Nos pusimos en marcha y otros 15 minutos hasta el hospital. Quince minutos entre dolores y gritos en esa postura infernal y cuando llegamos allí ¡no había ni un sitio para el coche! Yo no podía más (¿te he dicho ya que me dolía mucho? jajaja) así que le dije a mi chico que me dejase en la puerta y que ya buscase él sitio, pero en el último momento pudo dejarlo en un sitio reservado para las urgencias (solo se podía aparcar un máximo de diez minutos).
Pasamos por el mostrador y me dijeron que el celador nos llevaría a las urgencias. Un celador que estaba desayunando y que no aparecía por ningún lado… no sé cuánto tiempo estuve esperando, el de seguridad que se había dado cuenta de mi situación no paraba de buscarla y mirarme agobiado, pero nada. Así que al final le dije que me dejase subir, que yo me sabía el camino y que si no iba a terminar pariendo ahí mismo.
Subí y después de dos o tres contracciones más subió el celador con otra pareja más (nosotros dejamos las cosas en el coche) pero ellos llevaban ya encima todas las maletas. Mientras yo pasaba las contracciones como podía (quejándome, abrazándome a mi chico, esforzándome por concentrarme en la respiración, saltando, agachándome…) a ella le venía una contracción, ponía una mano en la pared y la pasaba con gracia, serenidad y armonía. Estupendo por ella, pero yo la odié un poquito, jajaja
Por fin llegó una matrona y me llamó a mi primero (si llega a pasar antes a la parturienta zen me da algo). La mujer no podía ser más maja, me animaba, me esperaba durante las contracciones, me decía que sabía que dolía pero que la contracción se terminaba… me senté para que me explorara y ¡sorpresa!… ¡nos íbamos a paritorio! Estaba dilatada de 8 cm y ya no daba tiempo a un parto con epidural ¡¡¡¿¿¿Qué???!!! ¡Nooo! Respeto y admiro a aquellas mujeres que quieren parir sin epidural, pero yo no soy de esas, ¡yo quería mi epiduraaaaal!
Continuará…
Pero bueno! Otra parte más?? Venga venga, que la quiero ya!!
Ainss diosss
Yo también quería mi epidural. Y me la pusieron en ambos partos.
Deseando leer la tercera parte…
Ay, por Dios, que odisea. Tenemos bastantes cosas parecidas en nuestros segundos partos, como el “cura sana” de los peques (casi me lo como), y el llegar para parir. Ya mismo cuento yo el mío, que lo tengo programado ya para dentro de unas semanas.